No recuerdo cuando fue la primera vez que les vi. Ese lugar había formado parte de mi niñez regentado por unas personas y pasó a conformar mi juventud y primeros años de adulta con otras. Estaban y están tras la barra y se puede decir que me han visto convertirme de niña a mujer... en todos los sentidos.
Con su humor socarrón siempre sentí un feeling especial por Agustín. Quizá fue que sus ojos siempre brillaban alegres aunque estuviera enfadado. Quizá porqueque no me ha hecho sentir jamás como a una más (en realidad a ningún cliente le hacen sentir como uno más). Quizá porque me vio transformarme en la persona que ahora soy, porque me ha hecho sentir como alguien a la que escuchar y tener en cuenta. Quizá porque puedo casi tocar el inmenso amor que siente por su mujer y sus hijos. Hemos compartido tantas risas y comentarios cómplices. Tantas cosas.
Mari, casi nadie la llama Grego, es una suerte de madre para todos nosotros. Siempre con una sonrisa en su a veces cansado rostro. Siempre con un comentario cariñoso. Siempre compartiendo risas con nosotros. Es difícil olvidar su abrazo cuando me despedí para iniciar mi camino lejos de estas calles. Y su eterna pregunta cuando habla conmigo; ¿eres feliz?
Amanda, Carlos y Rocío tan maravillosos, valientes y excepcionales como sus padres.
Más tarde llegó Cris... con su pelo de un rubio subido... con su pequeño tamaño cargado de nervio y amabilidad. Lleno de alegría contagiosa. ¿Cómo sentirse triste a su lado?
Gente de verdad, con auténticas y enormes letras mayúsculas.
Forman parte del corazón y el alma del barrio en que crecí. Cuando han sufrido hemos sufrido con ellos. Cuando han tenido alegrías nos hemos alegrado con ellos. Nos han unido y han colaborado a hacernos sentir un lugar al que siempre es grato regresar. Un lugar de encuentro. Un hogar en el que siempre habrá alguien que te haga reír...
Son algo más que quienes nos sirven los cafés, las coca-colas, las cervezas. Son nuestros, MIS amigos. Allá donde vaya siempre irán conmigo. Os quiero mucho.
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