CAPÍTULO TRES
PIEL CALIENTE
Hacia casi semana y media que no tenía tiempo para nada más salvo ir corriendo de un lado a otro. Corriendo a la academia para preparar algunas de las asignaturas de su licenciatura. Corriendo a la piscina para aliviar las ligeras molestias que una antigua lesión le estaba produciendo. Había hablado con una amiga estudiante de físio que le había recomendando unos aceites relajantes para aplicarse sobre la zona que le dolía.
Volvía a casa después de haberlos comprado. Y su mente maquinaba como darle a Miriam un par de tobas bien dadas. Aquello ya podía ser como el básalmo de Fierabrás que mencionaban en el Quijote porque sino su precio era un robo a mano armada. Guardó el resguardo en la cartera al tiempo que sacaba las llaves. Cuando alzó la vista vio en la entrada del portal la figura de él.
Bajó la mirada posándola en los frascos que había adquirido, volvió a levantarla y de nuevo la fijó en Alex. Una sonrisa maliciosa asomó a sus labios.
- Hola, nene. - Le saludó alegremente con un gesto de complicidad. - Te veo cargado, déjame que te ayude a subir la compra que lo mío no pesa nada.
- Gracias, Cris. Se te ve poco últimamente, peque, ¿ocupada? - Ella asintió mientras cogía dos de sus bolsas. - ¿Al final te has apuntado a las clases de química?
- Sí como te comenté desde que dejé el instituto ando desentrenada en esto de estudiar. Y no me apetece nada empezar la carrera y hacer el más espantoso de los ridículos.
- Lo harás muy bien, estoy convencido. - La vio hacer un ligero gesto de dolor al ir a subir el primero de los escalones. - ¿Estás bien?
- Sí solo es una pequeña molestia que vengo arrastrando desde hace años. A veces le da por fastidiar un poco pero nada más. He comprado unos aceites relajantes que me ha recomendo una amiga... no me gusta recurrir a los antiinflamorios... Aunque me va a ser complicado aplicarmelos, Aroa está esta semana de viaje con su chico... - Alex la miró de soslayo. ¿Había visto asomar una breve sonrisa en el rostro de la chica? Posiblemente sí.
- Bueno ya sabes que por las noches no suelo estar muy ocupado... no es que sea un experto dando masajes pero algo se podrá hacer, ¿no crees?
- Todo es probar. Por mi vale, entonces esta noche quedamos, ¿en tu casa o en la mía?
- Mejor en la tuya. A mi compañero no le hizo mucha gracia tener que recluirse en su habitación la semana pasada hasta que cada uno de nosotros se retiró a sus cuarteles.
- Pobre... secuestrado en su propio domicilio... - A los dos se les escapó una breve carcajada aunque él aún recordaba con sonrojo las palabras algo socarronas de su joven compañero de piso cuando se lo encontró al día siguiente en la cocina.
- Bueno, guapa, entonces esta noche en tu piso. ¿Qué te parece si primero cenamos algo y luego me estreno como masajista?
- Por mi bien... yo pongo la bebida.
- De acuerdo. Entonces hasta esta noche.
Un breve pensamiento cruzó la mente de Alex. ¡¡¡Genial!!!
Aroa le había dicho por teléfono que esa noche tendría que haber más sal y pimienta en el encuentro. Ella se había reído divertida. Poner más especias para aquella fabulosa relación sería correr el riesgo de hacer arder el edificio hasta los cimientos. Pero resultaba tentador. Pensó en qué podía hacer para crear un ambiente cargado de sensualidad y erotismo. Se paró en medio del pasillo indecisa. Le apetecía mucho pasar de nuevo una noche con Alex. Compartir sus fantasías, abrazarle, besarle por todo el cuerpo.
Lo primero de todo comprar vino para la cena. Le envió un mensaje al móvil del chico para saber qué iba a traer. Minutos después su respuesta fue; “Magret de pato con salsa de arándanos”. Cris enarcó una ceja incrédula. Alex se había vuelto loco pero seguidamente una pregunta se le apareció en letras de neón en el cerebro; ¡¡¡¿Qué clase de vino le iba al pato?!!! Sus manos se volvieron a apoderar del móvil, marcó un número;
- ¡¿Sergí?! - Preguntó en cuanto la contestaron.
Tampoco era cuestión de pasarse. Romanticismos los justos. Ni eran pareja ni pretendían serlo. Sexo sí y cuanto más mejor, con eso les bastaba y les sobraba. Esa noche le apetecía mucho jugar con ella. Acariciar con sus manos el cuerpo, para él, perfecto de la muchacha. Sentirla mientras se iba encendiendo poco a poco. Quería volverla a hacer suya y estaba vez durante toda la noche.
Al separarse de ella, había vuelto a bajar para buscar algo que hacer para la cena. Finalmente se decidio por dos magret de pato... algo no excesivamente caro y fácil de preparar.
Tras una semana y pico en la que apenas la había visto más que saliendo rauda de la casa la empezaba a echar de menos. Dejando a parte los encuentros sexuales, la verdad es que era una persona simpática y con dos dedos de frente. Se podía dialogar con ella, era abierta, sincera y sin demasiados prejuicios. Y tenía opiniones muy formadas para los 21 o 22 años que parecía tener.
Bromista, optimista y preciosa.
Seguro que tenía defectos como todo el mundo pero él aún no los había descubierto. Aunque esperaba hacerlo, a veces es en los defectos donde se aprende a conocer y a apreciar a los que te rodean. Porque los reconoces como iguales, tan imperfectos pero a la vez tan valiosos como uno mismo.
El caso es que ahora se encontraba delante de la sarten cocinando en su propia grasa el magret y reduciendo un vaso de vino tinto con una cuchara sopera de mermelada de arándanos. Tenía ya preparadas unas patatas panaderas prefritas con cebolla. Luego lo hornearía todo junto y lo comerían aliñado con la salsa de mermelada.
Dejaría todo preparado para cuando volviera del ciber darle un pequeño golpe de calor en el horno. Ducharse y cruzar el umbral del tempo de su diosa particular.
Sergi tenía ideas sorprendentes. Pero no le dejaba de asombrar que tuviera esa clase de música. Compendio de música erótica... mucho saxo... jazz ligero. Cuando le dio la caja con las velas casi se cae de espaldas y cuando le dirigió una mirada interrogante solo puedo sonreír ante su respuesta; “te escapaste antes de que pudiera estrenarlas contigo... ¡¡¡anda que sino fuera tu hermano!!!” Y le giñó el ojo y se echó a reír. Bendito fuera por su paciencia con ella. Y bendito fuera por ser su hermano mayor y no tratarla como a una niña.
El caso es que ahora estaba de vuelta en casa. De nuevo con un pantalón, esta vez de suave algodón en tonos claros, camiseta de tirantes ceñida al cuerpo, pies descalzos y una habitación al fondo del pasillo preparada para convertirse en un santuario.
Miró la mesa, esto no es una cena romántica. Es la previa para el mayor y mejor espectáculo del mundo. Cris sonrió, no tenía precio como directora de circo. Copas, platos blancos de lo más sencillos... Todo preparado.
Fue a la cocina para volver a comprobar que aquella botella estaba a la temperatura adecuada. Según lo que Sergi le había dicho aquel vino que era lo más parecido a uno Chateau Laffite del 85, uno de los mejores tintos de Burdeos que hubiera (digo yo porque es lo que me has sugerido y yo de vinos lo justo). Evidentemente gastarse 500 € no entraba en sus planes. Pero si el mayor experto en lo que él llamaba caldos que conocía (para algo había estudiado enología para incompresión y choteo de las personas que le rodeaban) era porque sería cierto.
Y el timbre sonó.
Una mullida y suave manta rodeada de cojines blancos. Una habitación llena de velas. Luz ténue. Olía a canela. Ella estaba tumbada sobre su vientre completamente desnuda. Sentado ligeramente sobre su trasero (y también con escasez de ropa) se inclinó ligeramente para preguntarla dónde tenía la lesión. Fingiría que era un profesional. La respuesta de ella fue insinuante; “no recuerdo donde me dolía, ve probando”. Antes de volver a su posición posó suavemente los labios sobre su piel y fue pasando la punta de su lengua por el recorrido de su columna vertebral. La notó contener la respiración. Finalmente volvió a su postura.
Cogió el frasco y vertió en la palma un poco del aceite de canela. Lo dejó caer sobre sobre su espalda. La aventura comenzaba. Con suaves caricias fue extendiendo el producto que iba adquiriendo temperatura con la fricción. Fue deslizando las palmas de las manos sin prisas desde los hombros hasta los brazos, por la espalda. Abandonó su cómodo y provocativo asiento para ir descendiendo por sus piernas, haciendo incursiones por la cara interna de los muslos pero evitando cualquier proximidad con su sexo.
Volvió a deshacer su camino con las manos mojadas de nuevo en el líquido y dorado ambar. Ya no eran suaves caricias, ejercia una ligera presión que iba aumentado progresivamente. Su respiración era cada vez más atrayente.
Se entretenía en las curvas de su cuerpo. Su cintura, sus nalgas, su esbelto cuello.
Volvió a inclinarse sobre ella para pedirla que se diera la vuelta. De nuevo vertió aceite sobre su cuerpo. Con movimientos circulares lo empezó a extender primero por el vientre, con lentitud fue subiendo hasta sus pechos. Cris respiraba cada vez con más excitación. Su piel ardía.
Poco a poco sus manos fueron bajando por su epidermis. Aproximandose con calma pero sin pausa a su objetivo.
La miró a los ojos... encendidos como su piel. Había una muda súplica en ellos.
Le vio ponerse en pie, deshacerse de su ropa interior y colocarse un preservativo. Le vio tumbarse sobre ella. Separó las piernas para facilitarle la entrada. No había necesitado excitar su sexo para conseguir que este se encontrara húmedo. Y entró en ella con la misma facilidad de un cuchillo cortando mantequilla caliente.
Notaba como sus manos seguían recorriendo su cuerpo. Como sus labios inundaban su rostro de besos y de vez en cuando devoraban su boca. Había situado sus piernas a ambos lados de sus caderas. Completamente abierta para él.
Alex pasó un brazo por su espalda y la hizo incorporarse para asi sentarla sobre sus muslos. En esa posición, abrazados y con los cuerpos convertidos casi en uno solo siguió haciendo entrar sus dura virilidad en ella.
Cris le rodeó el cuello con sus manos momento que aprovechó él para hacerla ver que aprendía rápido. Una de sus manos separó una de los cachetes de sus nalgas para dar via libre a los dedos de la otra. Fue más allá de lo que hubiera imaginado.
Su cuerpo vibró cuando notó como uno de ellos se introducía por el estrecho canal. Ocultó el rostro en su cuello mordisqueando la sensible piel de la zona y haciéndole gemir a él también.
Había perdido la noción del tiempo...
No sabía casi ni donde estaba, su mente solo enfocada al placer que le estaba proporcionando. Oyó cómo Alex le pedía algo y asintió. Salió de ella que se situó a cuatro patas sobre la manta. Teniéndola en esta postura, él volvió a adentrarse en ella. Pero ahora tenía mejor acceso para jugar con la entrada de atrás.
Su cuerpo era un solo nervio tensado y casi a punto de explotar. Una mano jugando atrás, la otra pellizcandole un pezón y él dentro de ella.
Y un brutal orgamo la recorrió de arriba a bajo mientras notaba como él también acababa con un rugido que acalló posando la boca sobre su espalda. Sintió un pequeño mordisco. La acaba de marcar como suya.
Por lo menos por esta noche... La noche que acaba de comenzar... la noche en la que no se darían tregua.
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