jueves, 23 de junio de 2011

El sueño de una noche de invierno

OJOS MORENOS

Ella era una chica normal pero poseía un rostro bonito y unos espectaculares ojos oscuros que se dejaban ver a través de sus espesas pestañas. Llegó a aquel edificio de viviendas para iniciar su carrera de universitaria, no es que fuera una potentada pero compartir piso ayudaba a que la situación no fuese tan costosa. Además que sus padres le habían dicho que al principio le pagarían el alquiler hasta que la tan ansiada beca del Estado llegara.

Desde un primer momento quiso llevar una vida tranquila, alejada del ajetreo de su edad adolescentes. Suficientes disgustos había tenido ya como para buscarse más lios. Así que cuando le vio procuró que aquel primer pensamiento que se le cruzó por la cabeza fuera solo eso... un pensamiento.

Pero no fue posible. Cada día le veía volver del... ¿trabajo? Suponía que sí puesto que solía ser una hora regular de llegada. A través de la ventana le veía acercarse al edificio y su mente empezaba a divagar hacia historias que por un lado quería que se hicieran realidad y por otro se negaba a aceptar.

Pero era... ¡¡¡tan mono!!!

Una de esas tardes oyó la puerta abrirse y sin saber muy bien porqué a los 15 minutos se encontraba llamando a su timbre. El corazón le latía a mil por hora. ¡¿Qué demonios la pasaba?! Cuando vio la forma en que el se presentaba delante suya tuvo que hacer un gran esfuerzo para no arrancarle la toalla y comérselo allí mismo.

Comerselo todo, todo y todo.


Solía observar las estrellas. Quizá de ahí le viniera el darse cuenta de cuando otra persona observaba algo con detenimiento e interés. Y ella le seguía con la mirada estaba claro. Le encantaban los ojos de la chica. Hubiera sido de ciegos no fijarse en que tenía los ojos más expresivos y oscuros que había conocido nunca. Y le miraban. Le seguían a través de la ventana, a través de la mirilla de la puerta. Y de un tiempo a esta parte se moría porque le llamara para pedirle “azúcar”.

Recordaba el día que la vio pasar por delante del ciber. Ella no podía saber que trabajaba allí así que era normal que no se hubiera girado para mirarle. Pero eso le sirvió de excusa para recrearse en el resto de su anatomía. En sus curvas, no exageradas, pero si muy pero que muy sugerentes. Su trasero estaba ceñido a un pantalón vaquero que era como una segunda piel y lo hacía resaltar. Se imaginó jugando con ese culito y una sonrisa de las denominadas de percha asomó a su cara.

Llevaba su pelo castaño corto lo que daba mayor expresividad al rostro que enmarcaba. Unos labios rosados y pequeños bajo una nariz respingona y unos rasgos suaves y armoniosos.

Y ya se había fijado con anteriordad que la chica estaba provista de un buen par de razones. No eran balones de fútbol pero para lo que el los quería le servirían.

Y ella le llamó. Pensaba que sería una noche más hablando con Pedro y Ali (que morbosa podía ser esta chica cuando quería) o con Félix pero esta vez no serían 4 horas... ese día se asemejaron mucho a unas marujas cotorras...

Y no sabe qué demonios se le pasó por la cabeza para salir a recibirla con el agua resbalando por su cuerpo y cubierto nada más que por su exigua toalla amarilla.

Y lo vio en sus ojos. Quería devorarle. Pues el no pondría ninguna objeción.


  • Hola, soy Cris vivo en el piso de enfrente me preguntaba si tendrias algo de leche para dejarme...
  • Encantado soy, Alex. Claro... pasa ahora te traigo un cartón...
  • Solo necesito un vaso... es para poder calentarla esta noche y dormir bien... Se me ha olvidado comprar. - Desde la cocina él sonrió para si.
  • ¿Te cuesta dormir?
  • Un poco... hasta que empiece el curso llevo una vida un poco sedentaria no es que me guste... suelo tener más actividad pero me estoy acostumbrando a la ciudad y ello lleva que me lo tome con tranquilidad.
  • Quizá algo de ejercicio te venga bien. - ¡¡¡Pero como se le ocurría ir a abrir la nevera solo vestido con una toalla!!! ¡¡Dios que frío!! Cuando entró en el salón con el vaso de leche ella le miró.
  • Estás un poco tembloroso, ¿no?
  • Algo... creo que me estoy quedando frío. - Ella se acercó a él y de sus labios escapó una rápida afirmación.
  • Deja que te seque y te haga entrar en calor. - Cerrando la puerta de la calle con un movimiento rápido, la muchacha le apoyó contra ella. Sus ojos le miraban con intensidad. - ¿Puedo? ¿Me dejas?
  • No creo que ponga muchos impedimientos... - Fue su respuesta. Ella sonrió ligeramente mientras se mordía suavemente el labio inferior. Cinco segundos después sus labios se posaban sobre los de él. Hacían tiempo que la noche no comenzaba tan bien, tan rotundamente bien.


Su cuerpo era mejor de lo que había imaginado. Suave, proporcionado y sabía a gloria. Su respiración agitada. Su cama un revoltijo de sábanas a las que ella se agarraba con fuerza mientras de su boca escapaban repetidos y encantadores gemidos. ¡¡Adoraba hacer aquello!! Aunque por supuesto la cosa no iba a quedar solo en aquella deliciosa cata de “productos marítimos”. Entre gemido y gemido la oía murmurar su nombre como en una salmodia... ¡¡¡era su dios en estos momentos!!!

  • ¡¡¡No pares!!! - No hacía falta que inistiera mucho no estaba dispuesto a detenerse... Aunque quizá en breve lo haría. Llevaba mucho tiempo deseando bailar con ella... aquello no podía quedarse solo en aquel entrante... por mucho que le gustase, el plato principal seguro que estaba mejor...

Ahora las tornas habían cambiado. Ahora era ella quien le hacia merecedor de su portentosa boca. De su juguetona lengua. De sus suaves y ardientes labios. Ella la que le dedicaba toda su atención mientras él hacía todo lo humanamente imposible por resistir aquellas acometidas. ¡¡¡¿Pero dónde había aprendido a ser tan “eficiente”?!!! Dios subiera a los altares a aquel que la había enseñado a ser tan hábil...

Un movimiento acariciándola el pelo la hizo saber que si continuaba aquello acabaría más pronto de lo que deseaba. Así que dandole un suave e insinuante mordisquito fue subiendo por su cuerpo hasta quedar sentada a horcajadas sobre su pelvis. Una sola mirada inquisitoria y él estiró la mano hacia el cajón de su mesilla de noche.

Se inclinó sobre él recorriendole con la punta de la lengua desde el bajo vientre hasta su pecho. Él le rodeó la cintura con el brazo y con un solo movimiento la tumbó de nuevo sobre su espalda. Estaba listo, la cogió la mano derecha tras haberse preparado para la “acción”. Lo estaba deseando. Sus labios se curvaron en una suave pero seductora sonrisa a la que él correspondió con sinceridad.

No habría podido imaginar que fuera a ser tan excitante pero que a la vez fueran a sentir tanta complicidad. Lo inesperado siempre está a la vuelta de la esquina. Esta vez al otro lado del rellano.

Su cuerpo se arqueó al sentirle dentro de ella. Llevaba semanas queriendo que aquello sucediese. Su dedos se cirnieron sobre su espalda y él se adentró más profundamente en su interior. Mientras ocultaba su rostro en el cuello de ella y hacía suyo uno de sus lóbulos. La oyó de nuevo gemir... entrecortadamente. Salió y volvió a entrar con decisión. Esa noche ella era suya y se la haría recordar...

Quería que le siguiese deseando.

Con un solo y ágil movimiento ella cambió y volvió a situar sobre él. En esta nueva posición sus pechos estaban a su alcance. Los acarició, los pellizco, se incorporó levemente para subcionar sus pezones y morderlos con suavidad. Mientras esta vez era ella la que se hacía entrar y salir de él.

Y sus labios se unieron en un beso lleno de humedad. Sus lenguas se encontraron. Se probaron. Saliva y calor. La sostuvo contra su cuerpo mientras un gemido gutural de la muchacha moría en su garganta. La notó tensarse. Cómo su sublime estrechez se cernía sobre su masculinidad. Y se dejó llevar estrechándola contra sí con fuerza.


Hacía rato que se habían desplomado sobre el lecho intentando recuperar la respiración. Sus cuerpos desnudos brillaban bajo el efecto de la luz de las farolas que entraba por la ventana de su cuarto. Poco a poco fue viendo como el rostro de ella recuperaba su calmada belleza. Mientras sus ojos se rendían al letargo de un encuentro sublime y terriblemente sensual.

Sus dedos le acariciaban el dorso de la mano. Era una sensación agradable que la iba envolviendo en una apacible duermevela. Giró su desnudez hacia la de él que la aceptó en su regazo mientras ambos dejaban que el sueño les venciera.

Mañana por la mañana amanecería un nuevo día. Y habría que celebrarlo de nuevo como merecía ser celebrado.

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